Cuentan los abuelos, una noche don Claudio salió rumbo a cuidar los choclos maduros de su chacra, que quedaba cerca de una capilla del pueblo. Alli tenía una choza rústica para pasar la noche y vigilar sus sembríos. En esa capilla las almas salen a reunirse para conversar durante la noche. Don Claudio, se encontraba en la puerta de su choza masticando su coca, era como las diez de la noche, cuando empezó a escucharse la bulla que hacían las almas que llegaban a la capilla con su característico habla gangosa. Sin embargo, don Claudio no sentia miedo. Escuchaba y masticaba su coca. A la medianoche la bulla se incrementó. Se veía que las almas conversaban con gran animación. Entonces don Claudio no pudo contener su curiosidad. Cobrando todo su valor, se acercó sigilosamente a la capilla. Paso a paso llegó a la puerta y se puso a escuchar. Las almas estaban en un gran diálogo. Conversaban en ese momento sobre la manera como habían muerto. Quienes habían sido muertos por los toros eran aplaudidos y elogiados con calor, y las demás almas decían: «¡Achallau!» «Qué miedo». En cambio, las almas que hayan muerto con terribles cólicos eran recibidos con lástima. Cuando terminaron de contarse sus historias, las almas se pusieron a bailar. Bailaban con mucho entusiasmo. Pero en medio del baile, una de las almas se detuvo y exclamó: ¡Huelo a carne cruda!. Al escuchar esto, don Claudio no esperó más y emprendió la fuga, rumbo a su casa, por miedo a ser llevado por las almas.
Este cuento es verídico, cuando cuentan los abuelos nunca mienten.
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Descripción
LAS ALMAS QUE CONVERSAN
Cuentan los abuelos, una noche don Claudio salió rumbo a cuidar los choclos maduros de su chacra, que quedaba cerca de una capilla del pueblo. Alli tenía una choza rústica para pasar la noche y vigilar sus sembríos. En esa capilla las almas salen a reunirse para conversar durante la noche. Don Claudio, se encontraba en la puerta de su choza masticando su coca, era como las diez de la noche, cuando empezó a escucharse la bulla que hacían las almas que llegaban a la capilla con su característico habla gangosa. Sin embargo, don Claudio no sentia miedo. Escuchaba y masticaba su coca. A la medianoche la bulla se incrementó. Se veía que las almas conversaban con gran animación. Entonces don Claudio no pudo contener su curiosidad. Cobrando todo su valor, se acercó sigilosamente a la capilla. Paso a paso llegó a la puerta y se puso a escuchar. Las almas estaban en un gran diálogo. Conversaban en ese momento sobre la manera como habían muerto. Quienes habían sido muertos por los toros eran aplaudidos y elogiados con calor, y las demás almas decían: «¡Achallau!» «Qué miedo». En cambio, las almas que hayan muerto con terribles cólicos eran recibidos con lástima. Cuando terminaron de contarse sus historias, las almas se pusieron a bailar. Bailaban con mucho entusiasmo. Pero en medio del baile, una de las almas se detuvo y exclamó: ¡Huelo a carne cruda!. Al escuchar esto, don Claudio no esperó más y emprendió la fuga, rumbo a su casa, por miedo a ser llevado por las almas.
Este cuento es verídico, cuando cuentan los abuelos nunca mienten.
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