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Este deporte-ciencia-juego de ingenio simboliza la guerra, y ha adquirido gran popularidad, se juega entre dos oponentes, en que no interviene para nada el azar, sino la rapidez intelectual de los competidores. Cada jugador cuenta con dieciséis piezas (8 peones, 2 torres, 2 caballos, 2 alfiles, el Rey y la Reina); y se desplazan estas piezas por un tablero de 64 casillas blancas y negras alternadas, llamadas escaques. El juego concluye cuando uno de los Reyes es vencido, en la terminología ajedrecística, cuando está en Jaque Mate. El ajedrez se originó en el Valle del Indo, y sus comienzos datan del siglo VI de la era cristiana. En sus orígenes se lo denominó Chaturanga o juego del ejército. Fue difundiéndose a través de las rutas comerciales de aquel tiempo, llegó a Persia y al Imperio Bizantino, extendiéndose por toda Asia. Los árabes estudiaron profundamente el juego, analizaron sus movimientos y escribieron varios tratados sobre ajedrez. Con la invasión de los árabes a España, llega alrededor del año 700 a la península y se comienza a difundir en Europa, aunque hay datos de que ya lo jugaban los vikingos y los cruzados que habían visitado Tierra Santa.

Confundimos mucho el enseñar con el exigir, queremos equivocadamente que los chicos aprendan por mandato; utilizamos los métodos que creemos que fueron usados con nosotros y nos preguntamos por qué no «llegamos» a nuestros hijos. El primer paso es entender que no podemos ser los sabios que llenamos de conocimiento a los chicos, sino simples facilitadores de su formación, y que estamos dispuestos a buscar y utilizar todas las herramientas pedagógicas de las que podamos disponer. Una de estas herramientas es el ajedrez, aunque sentar a un niño frente a un tablero debe ser una de las tareas más difíciles para los padres y educadores pues no sólo requiere que el niño esté quieto y atento, sino que además todo se ve tan complicado que fácilmente podemos caer en el tedio.